martes, 28 de junio de 2011

Capítulo 1.

Querido Diario:

Hoy llueve.

14 de Septiembre.




Las gotas de lluvia me recuerdan a la vida.
Caen en mi ventana, resbalan cristal abajo y se espachurran al final del todo, cuando ya no pueden resbalar más.
Es extraño, porque son transparentes, pero no puedo ver nada en ellas.
Son pequeñas y frágiles . Rápidas como el viento, sí, pero para extinguirse.
Observarlas es una de mis grandes pasiones.
Adoro los días de lluvia, como hoy.
Estoy en mi ventana, con los ojos en blanco.
Las observo, analizo y cuento una a una.
Siempre creí que podían significar algo. Y creo que es cierto, aunque aun no conseguí averiguar su secreto.
Puede que intenten formar mensajes entre ellas. Códigos, claves, no sé. Pero algo traman, estoy segura.
A veces dibujo rallas entre ellas para dividirlas en grupos, y por la noche contemplo orgullosa mi obra pues mis ventanas quedan echas pentagramas.
Eso es, pentagramas.
Quizás intenten enseñarme una melodía.
La apuntaré algún día.
Se llamará Rain’s Melody.
Pero ahora no tengo ganas de seguir observandolas .
Estoy cansada, así que voy a acostarme.

Pero no sufras, lo apuntaré en mi diario, para que no se me olvide.
No creas que se me va a olvidar eso de descubrir su secreto.
Ni hablar, llevo tres meses intentando averiguarlo.

Querido Diario.

Creo que las gotas forman pentagramas.

Nota: Debes apuntarlo y resolverlo.

14 de Septiembre.

Pero hoy no, hoy no es un buen dia.

Mamá sigue leyendo abajo. Y no quiero cenar.
La tripa me cruje, pero sus ruidos me hacen cosquillas y me gusta.
No me duele, en absoluto.
Me dormiré con el sonido de mi tripa, para que mañana me guste mucho más el desayuno.
Hoy mis sábanas raspan.
Y no siento los pies. Están congelados.
Mi pie izquierdo se llama Cubito de Hielo. Y el derecho Cubito de hielo Junior.
Si golpeo uno con otro hacen el mismo ruido que hace una cuchara al chocar con una copa.
Y eso me gusta.
Aunque mi tripa parece que quiere que la oiga por encima de la familia “Cubitos de hielo.”
Y ruge, como un león. Se llamará Ruffus. Un nombre de gato para un león queda un tanto absurdo pero es que Ruffus no muerde, solo se queja de que tiene hambre.
Mi habitación es una pequeña orquesta silenciosa. Es algo como “Clink, clink, rawr, clink, clink, rawr”
Lo triste.. Es que solo la puedo oir yo.

Los párpados me pesan… …..ya no quiero pensar.



Querido Diario:

Hoy ya no llueve.
Mierda.

15 de Septiembre, 7: 00

Hoy es un día nublado.
Hace frío, mucho mucho mucho frío.
No estoy segura de si me gusta el frío.
Me gusta llevar ropa calentita y oscura.
Pero cuando voy a ducharme y me la quito el vello se me eriza, se agarra de una forma horripilante a mis cuerpo y me produce un escalofrío enorme.
Así que no sé cual es mi temperatura favorita.
Debo de dejar de remolonear en la cama, porque si no llegaré tarde al instituto.

Por fin mi cuerpo decide coger impulso y bajarse de la cama.
Cubito de hielo y su compañero ya han abandonado su mote.
Ahora se mueven de nuevo, ya no están agarrotados.
Me miro al espejo.
Y no veo nada.
Espera, creo que no lo miré bien. Me olvidé de abrir los ojos.
Ahora. Ahora me veo. Soy yo, igual de “yo” que siempre.

Me llamo Katherine Fox , pero todos me llaman Kat.
Bueno, Kat para los que me hablan.
Normalmente es mi madre Nora, y mi gata Nana.
La gente no suele fijarse en mi.

Probablemente si me vieras lo entenderías.
A primera vista parezco salida de “La familia Monster”.
Lo tengo todo, las ojeras, la piel blanca, el pelo oscuro, todo.
Imagíname como la niña cruel de la familia, aquella tan mala.
Pues esa soy yo, solo que sin esa “pizca” de crueldad en las venas.
Mis ojos no tienen color, son grises. Soy tan fea que los colores huyen de mi, por eso son grises.
Cuando nací tenía los ojos azul cielo, pero un cielo bonito y soleado.
Quizá se volvieron grises cuando empecé a aficionarme por la lluvia.
No lo sé, sinceramente.
Me gustan los colores pálidos y las habitaciones vacías.
Sin embargo la mía no lo está. Pero no importa, mi habitación me gusta mucho.
Es de color morado. Tiene una cama muy bonita, con una colcha blanca con frases de señores importantes. Cuando me aburro me tumbo y me pongo a leerlas una a una. Aunque ya me las sé de memoria. En una dice: “Yo solo sé que no se nada”
Y ahí sigue, incomprendida. Porque simplemente es eso, nada, no me dice nada.
Mamá dice que tengo un problema y que algún día acabaré en “el loquero”. Así es como ella llama a los hospitales psiquiátricos, que simpática.
A mi nunca me hizo gracia ese nombre, porque me duele que se ría de esos sitios.
Una vez tuve un amigo en uno.
Mi único amigo. Se llamaba John. Tenía 93 años. Y me contaba historias sobre duendes.
John no estaba demasiado bien. Más bien porque veía duendes y libélulas por todas partes.
John tenía Alzehimer. Y el día antes de mi cumpleaños murió. No estoy segura de que, pero murió.
Mamá simplemente me dijo que ya no lo encontraría allí, que su hora había llegado.


Aquel año no celebré mi cumpleaños.
Pero no quiero recordar eso.
Ahora estoy bien. Soy algo solitaria, pero yo no me quejo, estoy bien.
Si no dejo de pensar en las musarañas llegaré tarde al instituto.
Es mi primer día.
Voy a 4º de la Eso, y hasta ahora nadie me ha hablado.
Hoy me pondré mi vestido favorito.
Es de un color azul pálido, muy bonito con un lazo negro detrás.
Mamá me está esperando abajo, y me grita para que tome el desayuno.
Ruffus sigue gritando como un poseido, así que me apresuro a bajar a la cocina.
Mamá me ha preparado un vaso de leche con galletas de chocolate, mis preferidas.

- Kat, tomate el desayuno rápido, te espero en el coche.
- Está bien, en cinco minutos estoy lista.

Terminé mi desayuno orgullosa de haberle callado la bocaza a Ruffus, que no paraba de hacerme cosquillas.
Cogí mi mochila nueva, cerré la puerta de un portazo y me apresuré a meterme en el coche.
Mamá estaba muy seria.

-Mamá , ¿estás bien?
- No exactamente cariño.
- Y….
- He soñado otra vez con tu padre.
- Oh.

En ese momento tuve una sensación muy extraña.
Fue algo como un montón de lágrimas rebosando mis ojos.
Pero un tipo de lágrimas imaginarias que mi mente estaba formando.

Verás.
Una noche, cuando yo tenía tres años fui al servicio.
Estaba superando aquello de hacerme pis en la cama por lo que llevaba una prisa horrenda por llegar.
Al volver a mi cuarto ví a mi padre vestido, dandole un beso a mamá.
Mamá se hizo un ovillo mientras dormia, y se giró.
Papá hizo un movimiento, iva hacía mi cuarto.
Entonces me metí corriendo en la cama y me hice la dormida, porque yo también quería un beso de papá.
Cerré los ojos muy fuerte y lo conseguí. Yo tambien me gané mi beso.
Luego entreabrí los ojos, ví a papa dejando algo sobre mi escritorio.
Bajó las escaleras con una maleta a cuestas y se fue.
Nunca más vi a mi padre.
Mamá no me habló en una semana. Pero cuando por fin lo hizo me dijo que papá había muerto.
Aquel día deseé con todas mis fuerzas que mi madre no me hubiera hablado más, preferí su silencio a aquella odiosa frase.

Aún guardo la esperanza de que mamá sea una mentirosa compulsiva.

Al recordar esto, mi mente ha rechazado todos esos recuerdos amargos, y me ha hecho salir de en sí.

Hemos llegado.
Mi instituto se llama Liddington School.
Es muy grande. Y demasiado gris.
Está rebosando de adolescentes hormonados/as.
Yo soy uno de ellos. Solo que yo, soy diferente.
Mamá me explicó una vez que no hablara con chicos desconocidos, y que si lo hacía atendiera muy bien a lo que me decían o preguntaban, y a que a la mayor parte de preguntas o proposiciones respondiera “no”.

Luego me dio un beso y dijo “ten cuidado cariño, los hombres solo piensan en una cosa”.
Pero nunca me dijo lo que es.
Hasta que un día lo adiviné.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
No sé si aquel pensamiento tan gráfico me gustó, pero siempre que lo recuerdo me quedo en shock.

Sí, yo soy de las que enteran con retraso de que Santa Claus es pura publicidad, o que la puñetera cigüeña de la que todos hablan no existe, y que somos todos fruto del vicio puro.
La palabra vicio me gusta.
No sé porque pero me gusta.
Será porque nunca lo he probado y la curiosidad me mata.
Quizás sea una viciosa, quien sabe.

Es increíble que me llevé todo el día pensando y que mis pies anden solos hacía la recepción de mi instituto.
Ni si quiera sé que atrocidad de consejo me ha dado mamá al salir del coche, solo sé que he asentido.
La última vez que le hice caso, un tio me dijo que era una estrecha.

Y me perdí mi primer beso.
Ahora tengo que estar cargando con el remordimiento toda mi vida.
Aún le guardo algo de rencor a mamá por el último consejo que me dio.

“Ni se te ocurra besar a un chico en la boca, imagina que clase de porquerias pueden comer y las de enfermedades que pueden transmitirte”

Por aquel entonces me dio tanto miedo aquella frase que me planteé lo de ser lesbiana y todo.
Pero cuando llegué al instituto, aquel centro de hormonas revolucionadas, miradas perversas rebosantes de necesidad y gestos un tanto sugerentes, me quedé mucho más tranquila.

Por no decir la mancha de morreos que presencie en el baño de las chicas.
Nunca las vi con la boca hinchada y asquerosamente enfermas, así que eso me alivió bastante.



He llegado a la oficina.
Hay una señora muy mayor repartiendo horarios a un monton de adolescentes alterados .
Puedo ver la ilusión en sus rostros.
No puedo ver nada en mi.
Entre otras cosas porque no puedo verme.
Qué cómico.

La señora mayor se llama Truddy, y parece la nueva conserje.
Me ha dado el horario y me ha señalado mi clase, 4C.

- Sube la escalera hasta el segundo piso, y a la derecha encontrarás tu clase, querida.
-Muchas gracias señora.

Mientras subía la escalera un mar de sensaciones y nervios me han invadido.
Pero no me ha dado tiempo a pensar porque una manada (sí, manada, literalmente hablando) de chicas en falda excesivamente corta (no tengo mente de director de la época catapún, las faldas realmente eran similares casi a unas bragas con volantes) y relleno impresionante en las tetas ha hecho volar las escaleras y a todo el que pasaba por allí. Han pasado chillando con pompones azules en las manos, como si el mundo se acabara.
Gracias a mis reflejos he conseguido apartarme antes de morir aplastada.
Por fin terminé de subir las escaleras.
Los gritos de un monton de animadoras provienen de mi clase.
Oh dios mio. La manada de pijas hormonadas pertece a MI clase.

Me tiemblan las rodillas.
Bienvenido seas, nuevo curso.